martes, 21 de junio de 2011

La atajada del siglo


Empezaré por decir que lo que escribo a continuación es exacto y real como el Real Blondell, porque los que escriben suelen decir que la exageración es un recurso. Juanito Rodena, alias “Alimaña”, era todo un personaje cuando se cuadraba en el pórtico. Siempre fue un placer enfrentarlo; tenerlo como compañero, en cambio, era todo un suplicio.

Recuerdo haber peloteado cientos de veces con él o contra él, en la pista, en un rectángulo de cemento y también en uno verde, y recuerdo, cómo no, haber disfrutado de tenerlo al frente, victoria cantada, y haber llevado a colapsar mi hígado teniéndolo al lado, derrota segura. En el barrio le llevábamos la cuenta de los goles, los que le hacían y le hacíamos, claro. Tranquilamente pasó los mil, pero tranquilamente… Él, sin embargo, fiel al arco y al castigo, seguía cuadrado siempre allí, comiéndose los goles por docena. La joda podía llegar suave o inclemente, inmisericorde, pero con él no era; imperturbable, parecía inmune a la crítica despiadada y casi siempre destructiva.

Una tarde, sin embargo, pasó de ser villano a héroe en un mismo partido. Estuvo a punto de marcar el gol más increíble del mundo y terminó luciéndose en la atajada del siglo y, todo, ya lo dije, en un mismo partido, en una misma jugada. Corría el minuto veintitantos de un partido de Campeonato de Liga Distrital, tercera división, disputado en la antigua Cancha de los Muertos de Chorrillos, ahora Estadio Municipal. En el “por partes verde” se enfrentaba el Real Blondell Fútbol Club versus algún otro equipo de la liga. Al Blondell lo conocía porque en sus filas figuraban algunos amigos del barrio; además y por si fuera poco, allí tapaba Juanito. Del otro equipo, ni el nombre. El partido estaba empatado y Juanito tenía la pelota entre sus manos, forradas con guantes de verdadero arquero, dispuesto a reventarla y a tratar de vencer su récord personal haciéndola pasar siquiera de dos cuartos de cancha. Uno, dos, tres botes al balón; uno, dos, tres pasos antes de hacer el contacto y ¡plum!, la pelota inició un rápido y perfecto ascenso. Derecho, muy derecho, el balón subía casi sobre el mismo sitio del saque. ¿Viento?, ni una pizca. Juanito miraba para arriba y, con los brazos extendidos para atrapar nuevamente la redonda amenaza, daba un paso para adelante, otro para atrás, dos pasos para la derecha, tres para la izquierda… En pleno baile y con la mirada al cielo Juanito tropezó con sus propios pies y tendido en el suelo, desesperado por volver a pararse, veía cómo la pelota caía cual bomba a una velocidad sin precedentes hasta que ¡plum! nuevamente, dio un bote en la irregular cancha con toda la intención de meterse en su propio arco. Nadie sabe hasta ahora cómo, pero Juanito desde el suelo logró volar con el brazo izquierdo completamente extendido hasta tocar ligeramente el balón y desviar así su trayectoria, enviándolo directamente al tiro de esquina. De villano a héroe en un mismo partido, qué partido, en una misma jugada.

No me pregunten qué se oía en las tribunas en ese momento, o cuál fue el resultado final del partido, estaba demasiado atónito con lo que pasaba en ese pedazo de la cancha como para distraer mi atención con nimiedades. Lo que sí les puedo asegurar es que deben haber varios más como yo, que a partir de ese día comprendimos lo inmenso que es el fútbol y, claro, Juanito, que terminó por convertirse en el peor arquero que jamás vi pero que cuenta entre sus escasos laureles el haber sido actor principal de la atajada del siglo, ni mucho más, ni mucho menos.

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