Alicia fue una pelota que nació en el estadio y vivía feliz, todas las semanas la llamaban para que participara en uno y otro partido del campeonato local, incluso pudo estar en algunos encuentros de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y hasta Eliminatorias Mundialistas. María en cambio, nació en la casa de enfrente y andaba cada vez más marchita porque creció entre flores y plantas delicadas que le negaban de plano su legítimo y natural derecho de rodar. Sucedió que una vez María saltó el cerco de la casa en donde vivía con el propósito de ingresar al estadio. En el corto pero a la vez peligroso camino debió sortear un sinfín de obstáculos que se le presentaban de la nada y que la obligaban a hacer gala de su destreza hasta que, al pie del cerco de rejas que debía traspasar para llegar a su destino, un niño la alzó, la abrazó a su cuerpo y no la quiso soltar más.
Mañana, tarde y noche el niño vivía abrazado a María y a lo que su redondez representaba, cosa que se entiende desde un humano de edad corta pero que se convierte en una real amenaza para los intereses de libertad de cualquiera. Y así, con María en el pecho del niño, transcurrieron largos e inacabables los días hasta que una mañana fría y nublada, típicamente limeña, el niño se la llevó al colegio. María entonces se encontró rodeada de numerosas piernas grises y zapatos negros que la empujaban de un lado a otro, sin permitirle siquiera un respiro. Rebotando logró descubrir que una parte del enmallado que seguía al muro perimétrico del colegio estaba suelta y calculó al ojo que su cuerpo podría caber fácilmente por allí. Decidido el plan -que era además el único que tenía-, aprovechaba cada puntapié de los niños para impulsarse lo más que podía, rebotaba con todas sus fuerzas para llegar lo más alto posible y lograr escapar, pero el objetivo estaba demasiado arriba. Entonces pasó. Uno de esos abusivazos de secundaria se metió por donde jugaban los niños y ¡juacatán!, por puro gusto le metió tal zapatazo a María que ésta no tuvo necesidad siquiera de tomar mayor impulso ya que el vuelo le permitió pasar por encima de la malla y hasta lograr divisar, gracias a la altura que consiguió, en dónde estaba su querido estadio.
Con la angustia apoderada de todos sus paños, María apuró el paso para no dar opción alguna a que la recogieran nuevamente. Rueda y rueda llegó a divisar la torre del recinto deportivo. Sorteó piernas, perros y bicicletas por las veredas; ticos, combis y mototaxis por las pistas, hasta que llegó a estar nuevamente al pie del cerco de rejas. Sin más trámite, saltó de la vereda a la pista para tomar el primer rebote, luego fue dándose más impulso hasta que a su propia voz de ¡uno, dos, tres! saltó hacia el otro lado del cerco. Inmenso fue su dolor cuando en ese tránsito la punta de una de las rejas rozó con su redondo cuerpo, produciéndole un ligero corte por el que empezó a perder el aire, y con él su vida. Ya en agonía, el dolor de María crecía porque jamás podría hacer realidad su sueño de rodar y rebotar en un estadio, en su querido estadio. Apenas un instante después, María dejó correr una lágrima por su rostro y con un cortísimo suspiro se despidió, marchita, del estadio, de su sueño y del mundo mismo.
Hola...
ResponderEliminarme gusto tu historia
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